Sociedad negra by Andreu Martín

Sociedad negra by Andreu Martín

autor:Andreu Martín [Martín, Andreu]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2013-03-03T05:00:00+00:00


24

LA NOCHE DEL ROBO (3)

Domingo, 20 de mayo

Pasamos una vez por delante de la tienda de Soong, para formarnos una idea de la situación. Ubicamos a los dos jóvenes tongs encogidos junto a la entrada, bajo los balcones, a resguardo del intenso aguacero.

Al final de la segunda vuelta, me apeé a unos cien metros de la tienda y me acerqué a los tongs caminando, encorvado y envuelto en el impermeable negro.

El Tracas y el Pardales siguieron en el Toyota y se detuvieron delante de nuestro objetivo.

Me esperaron.

Atacamos por dos flancos a la vez.

Cuando me encontraba a cinco pasos, el Pardales bajó del coche y fue por ellos camuflado tras la barba, las gafas y el sombrero. Yo, que ya me había puesto las gafas negras, tiré del extraño gorro de lana que llevaba debajo de la capucha y quedé irreconocible, con solo la punta de la nariz a la vista.

Llegamos a los tongs al mismo tiempo, pistolas en mano. Yo con la Beretta y el Pardales con una vieja Astra del nueve largo.

—Adentro, vamos, adentro, y las manos sobre la cabeza.

Nos agachamos, pasamos bajo la persiana echada a medias y, de pronto, ya estábamos dentro del negocio, Modas Soong, entre estólidos maniquíes y percheros con ruedas y estanterías repletas de prendas de ropa de señora, caballero y niño. Los jóvenes de las crestas de brillantina nos miraban con ojos dilatados que se aterrorizaban por nosotros. No temían que les hiciéramos ningún daño: solo les preocupaba el daño que nos estábamos haciendo a nosotros mismos.

No había nadie en el establecimiento. Sin detenernos, les retorcimos un brazo, les quitamos las pistolas que tiramos a un rincón, nos pusimos a su espalda y, utilizándolos como escudo por si nos habían visto a través de las videocámaras, apoyamos nuestras armas en sus cuellos y traspasamos la cortina estampada de flores que conducía a la trastienda. Tampoco había nadie allí, solo una mesa con un flexo encendido al fondo, pero la puerta secreta estaba entreabierta y, más allá del umbral se movía alguien. Nos metimos.

En primer término, había dos vigilantes más, dos muchachos con cazadoras de marca, vaqueros y zapatillas blancas. En el despacho de la derecha, al otro lado del escritorio, de reojo distinguí a Soong, que tenía las manos sobre montones de billetes de cincuenta euros extendidos sobre una mesa. El Pardales y yo nos pusimos a gritar y a mover las pistolas para que el miedo paralizara al personal. «Atrás, atrás, manos a la cabeza, contra la pared». El Pardales golpeó a uno de los tongs en la cara para que brotase la sangre, porque la sangre es un argumento muy convincente. Mientras arrimaba a los chicos contra la pared y les pedía que soltaran las pistolas y les aseguraba que estaba dispuesto a matarlos, «¡no me cuesta nada matar a un chino!», yo entré de un salto en el despacho. Era un espacio más grande de lo que yo esperaba, con tres escritorios, una mesa larga de reuniones con seis sillas



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.